Juan sin miedo despertó sólo en la cima de la montaña. Algo lo había tocado. Asustado miró desbocado a su alrededor, donde todo era muy oscuro, casi negro. El fuego se había consumido y un ruido cerca de su espalda le heló la sangre, se quedó quieto, paralizado, dio media vuelta después de dos largos y silenciosos segundos y no vio nada más que la oscura silueta de los árboles. Sintió que algo se movía entre su rodilla y el pantalón, se levantó sobresaltado y comenzó a sacudirse hasta que un escarabajo dorado cayó al piso y corrió alumbrado por las ínfimas brasas sobrevivientes. Juan respiró aliviado y volvió a sentarse, se acurrucó entre las piernas mientras miraba el cielo oscuro pero lleno de estrellas. Nuevos ruidos a su alrededor, cada veinte suspiros. No podía bajar el acantilado de noche, no tenía armas ni linterna, estaba preso de ese oscuro tormento. Los ruidos parecían voces, chasquidos y ramas quebrándose. En un momento parecían muchos, era cuando hacían silencio. Estaba quieto esperando lo que fuese, sin atinar a nada, ni siquiera a moverse. Pensó en el miedo y al principio el miedo no le gustó. Luego de un rato interpretó que se habían ido y comenzó a relajarse, a moverse, encendió un cigarrillo. Con la luz del encendedor empezó a alumbrar pero no llegaba a más de dos o tres metros, el grupo de árboles alrededor del acantilado comenzaba a unos 5 metros de donde estaba. Fumó mirando las estrellas un largo rato. De a poco volvieron los extraños sonidos, como ecos disminuidos de un barítono embriagado. Juan no quería darles importancia y sea acomodó para dormir, lo logró en un momento en que lo sonidos cesaron y soñó con una guitarra de largos crines que jugaba al billar vendada, pero fue en vano, se quedó toda la noche con sus grandes ojos abiertos y sus oídos alertas y temerosos. Mientras estaba allí se conectó espiritualmente con los que conocía e imaginó sus caras y sonrisas. Y pensó que nunca iba a volver a verlos.
Comenzó a amanecer. y cuando los reflejos del Sol aparecieron en la cima de las montañas, y sintió todo el calor en su cara, tomó el coraje suficiente y caminó hacia los árboles, donde encontró a 10 chivos comiendo rosa mosqueta.