viernes, 10 de junio de 2011

No te hagas el patovica que te cascotéo el rancho

Juan sin miedo despertó sólo en la cima de la montaña. Algo lo había tocado. Asustado miró desbocado a su alrededor, donde todo era muy oscuro, casi negro. El fuego se había consumido y un ruido cerca de su espalda le heló la sangre, se quedó quieto, paralizado, dio media vuelta después de dos largos y silenciosos segundos y no vio nada más que la oscura silueta de los árboles. Sintió que algo se movía entre su rodilla y el pantalón, se levantó sobresaltado y comenzó a sacudirse hasta que un escarabajo dorado cayó al piso y corrió alumbrado por las ínfimas brasas sobrevivientes. Juan respiró aliviado y volvió a sentarse, se acurrucó entre las piernas mientras miraba el cielo oscuro pero lleno de estrellas. Nuevos ruidos a su alrededor, cada veinte suspiros. No podía bajar el acantilado de noche, no tenía armas ni linterna, estaba preso de ese oscuro tormento. Los ruidos parecían voces, chasquidos y ramas quebrándose. En un momento parecían muchos, era cuando hacían silencio. Estaba quieto esperando lo que fuese, sin atinar a nada, ni siquiera a moverse. Pensó en el miedo y al principio el miedo no le gustó. Luego de un rato interpretó que se habían ido y comenzó a relajarse, a moverse, encendió un cigarrillo. Con la luz del encendedor empezó a alumbrar pero no llegaba a más de dos o tres metros, el grupo de árboles alrededor del acantilado comenzaba a unos 5 metros de donde estaba. Fumó mirando las estrellas un largo rato. De a poco volvieron los extraños sonidos, como ecos disminuidos de un barítono embriagado. Juan no quería darles importancia y sea acomodó para dormir, lo logró en un momento en que lo sonidos cesaron y soñó con una guitarra de largos crines que jugaba al billar vendada, pero fue en vano, se quedó toda la noche con sus grandes ojos abiertos y sus oídos alertas y temerosos. Mientras estaba allí se conectó espiritualmente con los que conocía e imaginó sus caras y sonrisas. Y pensó que nunca iba a volver a verlos.
Comenzó a amanecer. y cuando los reflejos del Sol aparecieron en la cima de las montañas, y sintió todo el calor en su cara, tomó el coraje suficiente y caminó hacia los árboles, donde encontró a 10 chivos comiendo rosa mosqueta.