lunes, 11 de abril de 2011

Camisa

Remolino de sueños polvorientos escapan,
dejándome aturdido en el desierto.
Sin sol, sin color.
En total penumbra camino unos pasos,
dudando, transpirando.
El suelo no parece firme,
los llantos ahogan la sangre y el rito.
Sigo caminando y tropiezo,
busco su mano,
mi mano encuentra el viento helado.
Me levanto por los soles de este cielo amargo que hoy se han ido a dormir al espejo de al lado.
A lo lejos un faro de fuego,
de bronce, de tanto.
Otra vez lo he encontrado.
Corro, en silencio,
corro escuchándome tanto.
El faro se aleja como un gigante fatuo.
Descanso en la arena y me atraviesa un pescado.
Desfilan pescados,
muertos por su boca de aliento a desgano,
a ruina y desprecio por el valor humano.
Me levanto y grito,
y el faro me alumbra desde el borde mismo del abismo.
Siento su calor,
su luz y su camino.
Veo el puente hacia lo desconocido.
Me incorporo y corro por el reflejo adorado,
luego el faro salta hacia el olvido de tantos.
Yo sin embargo nunca olvidaré su legado.
Cruzo el puente y canto por mi suerte y por el faro.